El lugar del otro
O la empatía
de la que carecen muchos políticos, y altos copetes, es lo que nos ha llevado,
en parte, a este mar de lodos en que estamos inmersos casi todos los españoles,
y del que malamente saldremos, agarrándonos a cualquier palo, dentro de muchos,
muchos años.
Quizás ya no
esté para poder verlo, pero antaño pude intuir, como alguno de mis paisanos, la
que nos venía encima. Para ello no hacía falta ser una lumbrera: el corralito
argentino, y la bonanza de aquellos españoles que pasaron de tener un porquiño
a tirar la casa por la ventana. Y que en la puerta de un edificio en el aire
pusieron el coche, y en la guantera el viaje al Caribe que la entidad bancaria
sumó a la hipoteca; todo ello por mil eurillos de nada al mes. Entren señores y
les daremos lo nunca visto, algo así como los duros a cuatro pesetas, rezaba el
cartel de cualquier entidad bancaria. A todas les sobraban los euros. Así, de
la noche a la mañana, pasaron del setenta al cien por cien del préstamo. Y
todos tan contentos.
El pisito...
para qué... Mejor el adosado, y con piscina. No importaba saber nadar, lo bueno
era flotar en la abundancia. El ser fue abducido por el tener. Y este como
fiera hambrienta e insaciable devoró el dinero público custodiado por un
guardián llamado Gobierno, Banco de España..., qué más da, que no tuvo reparos
en quedarse dormido.
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